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23 may 2014

  Gaby


Me perdí en la noche...


Yacía boca arriba en la cama, con los ojos abiertos y el alma en penumbra, escrutaba minuciosamente cada centímetro del pequeño habitáculo en el que se encontraba.
Buscó la cajita de madera italiana, en la que solía guardar algunas cosas...revolvió  el primer cajón de la mesilla...
Encendió la luz y, advirtió una flores colgadas del techo. No le gustaban las flores colgadas del techo. A ella le gustaban las rosas rojas que con tanto esmero cuidaba. Tampoco encontró el reloj de pared que tantas horas le cedió, el que marcó sus días con melodía de amante. ¿Qué había sucedido?  ¿A santo de qué las flores colgaban del techo?
La mujer, había sido la mujer del pelo rojo, la que le traía un mísero café y se comía su madalena, la misma que le había quitado el bolso, los zapatos de tacón, sus cremas...Era una mala mujer, por eso la tiraba a la piscina y le toqueteaba el cabello, para que se ahogara y  quedarse con  sus cosas...¡Mala pécora!
El rostro de la niña, familiarmente irreconocible, llenaba de nostalgia sus soledades, quiso pronunciar su nombre...guardó silencio. Sabía que tenía una niña y aunque a veces lo dudara, algo en su interior le decía que ésta no era la suya.
La del pelo corto  hablaba menos, pero tenía la manía de acostarse en su cama, se acurrucaba a su lado y la abrazaba, entonces ella sonreía, no estaba segura del porqué pero le gustaba tenerla cerca. ¿Dónde estaba, holgazaneando  como la del pelo rojo y el de ojos azules?                                                                                          
El hombre de ojos azules no era de fiar, en una de sus incursiones nocturnas le había visto en la cama de su madre, la apretaba tanto que ella se había desmayado. El muy rufián dormía a pierna suelta, mientras su madre...Corrió hacia la puerta para pedir auxilio, se había encasquillado, cuando consiguió abrirla se encontró con un montón de vestidos y cajas de zapatos en el descansillo. Había sido cosa suya, sólo a él se le podían ocurrir tales extravagancias.
Menos mal que el otro no era tan excéntrico. Él la miraba a los ojos y sonreía mientras le acariciaba la mano; su voz dulce y cálida  le trasmitía paz. Pero tenía la extraña costumbre de inventarse palabras, "mamá" debía de gustarle por lo mucho que la repetía, ¿o tal vez fuera un nombre nuevo?  ¡Pobre hombre, mira que ponerle Mamá!
Ella sólo recordaba un nombre, cada vez que lo pronunciaba, Mamá le preguntaba dónde estaba él...y la mujer, sin responder, le hablaba de "la fiesta" A ella le gustaba recordar aquella fiesta tan bonita, la cantidad de centros de flores que le habían mandado sus amigas, la de gente que había acudido a felicitarla...Todos muy amables diciéndole cosas, dándole besos, hablando del hombre cuyo nombre recordaba.


"La flor del olvido se aleja cantando, y ese olor que en presente tuvimos, arropando las horas y dando calor, se marcha despacio...sin darnos un beso, sin decirnos adiós"


Cecy n0s guía esta semana 








16 may 2014






                                                 El Patio



El patio de mi casa era un tanto singular.
No colgaban coloristas gitanillas de la pared, ni frondosos geranios . No, las plantas de mi casa te saludaban  al asomar la cabeza, mientras que el patio contrariamente a lo habitual, era un lugar de íntima acogida y difícil acceso, ya que tenías que cruzar toda la casa para acabar entrando por una minúscula puerta que había junto a la despensa.
Yo no tendría más de cuatro años, pero recuerdo perfectamente los vaivenes de aquel patio soleado y bullicioso.
Cada mañana me sentaban en una mesa grande y bien dispuesta, con mi vasito de leche, y un susto morrocotudo  sólo de pensar que me obligaran a comer algo. Y mientras yo miraba de reojo el vaso de leche, el patio se iba llenando. Todos los días sobre las 11 de la mañana acudían vecinas y amigas, con las manos llenas, el delantal puesto, y una sonrisa radiante. Según entraban iban dejando en la mesa su pequeño aporte culinario, sencillo la mayoría de las veces, pero apetecible y muy de la tierra. Verduras asadas, carne con tomate, tortilla de patatas, ensalada de cebolla unas veces y otras de tomate, berenjenas fritas, morcillas y longaniza asadas, anchoas...Pero lo que nunca faltaba eran aceitunas, tomate y pimiento en salmuera, unos racimos de uva. El  vino y la mistela eran cosa de mi abuela, o mejor dicho de mi abuelo; el buen hombre se divertía cogiendo lo mejor de la bodega, para luego contar la anécdota de que a más de una le subieron los colores en demasía.
Y es que en mi tierra se para el reloj a media mañana, el almuerzo es sagrado, aunque más parece por consistente la comida. Resulta tan típico e imprescindible, como el tapeo Andaluz.


 mas historias en el Patio de nuestra amiga María José





8 may 2014









 

Luchó con todas sus fuerzas, aunque sabía que siempre amaría a aquella chiquilla caprichosa y testaruda, la que enarcaba la ceja izquierda con gesto contrariado cuando él pasaba de largo, fingiendo indiferencia.

La tenue luz del alba la sorprendió recordándole al único hombre que había amado. Su porte, sus maneras elegantes y delicadas... la calidez de una voz profunda y envolvente que arrastraba las palabras enfatizándolas... unos ojos grandes de mirada intensa cuyos párpados rezumaban sensualidad al entreabrirse... unos labios de melaza que insinuosos despertaban el deseo más recóndito... pequeñas manos, palomas blancas descubrieron los vaivenes del primer amor.

Le reconoció y abrió la puerta.
-El niño del que renegué está muerto.
-Deja de culparte. Y ahora traeré unas cosas y te las comerás-dijo tajante- No pienso recogerte del suelo aunque te abras la cabeza.
-Es un farol, me recogerías, ¡claro que me recogerías!-dijo ya en la cocina
-De la puerta no pases.
-Puedes tirarme la olla a la cabeza pero procura no abrirme una brecha o acabarás dándome la razón.
-Espera que sazone con arsénico tu ensalada y veremos quién la tiene.
-¿Tendré que cortarme las venas?
-No olvides limpiar el suelo si te decides.
-Un golpe la sobresaltó ¿Qué haces tendido en el suelo de mi cocina?
-No puedo moverme.
-Llamaré al médico...
         -¡No! -dijo levantándose- conste que yo tenía razón.
         -¡Eres repugnante!
-Y tú preciosa... -dijo besándola
-Pero...
-Díme que eres feliz a su lado.

Sentados en la cuerda floja habían llegado a un punto , del que no podían ya escapar. Era la hora de sopesar pros y contras, de enfrentarse a un hecho irreversible y hasta irreverente, de aceptar una verdad que les quemaba, de tomar decisiones y aceptar consecuencias, de pronunciar un monosílabo que cambiaría sus vidas. Demasiado tiempo evitándose, demasiados silencios, demasiadas miradas perdidas por no querer leer en ojo ajeno, demasiadas noches amando a medias, demasiada soledad. Estaban a punto de trasgredir la sutil línea que separa deber y querer. Se miraron a los ojos intentando adivinar qué esperaba el otro; había llegado el momento de decidir si se doblegaban de por vida o se amaban unas horas.
Y sí, se saltaron todas las reglas humanas y divinas, todas menos una, la de faltar a una verdad que les había encadenado muy a su pesar.